lunes, 5 de diciembre de 2011

Mitos e historias de la tragedia blanquiazul


Fantasías políticas y sociales en el fútbol peruano: la tragedia del Alianza Lima en 1987


Aldo Panfichi y Víctor Vich

"Quien no ha sentido la tristeza en el fútbol,
no sabe nada de la tristeza. "
Julio Ramón Ribeyro


LOS HECHOS

Luego de la primera rueda del mundial de 1978, la revista Argentina El Gráfico calificó al mediocampo peruano, al mediocampo del Alianza Lima (César Cueto, Teófilo Cubillas, José Velásquez) como el mejor del mundo. Ese año, el equipo blanquiazul volvería a salir campeón nacional (también lo había sido el año anterior), pero luego vendría una mala racha que realmente pareció interminable: tuvieron que pasar dieciocho años para que el Alianza Lima volviera a conquistar un título de esa categoría y para que sus hinchas dejaran de sufrir. A la mitad de ese período, específicamente en 1987, el equipo se encontraba totalmente renovado, con una generación de jóvenes estrellas —conocidos popularmente como los “potrillos”— que provenían de sus divisiones menores y que constituían una nueva esperanza del fútbol peruano. Sin embargo, cuando solo faltaban tres fechas para concluir el campeonato nacional y este Alianza se encontraba en el primer puesto de la tabla de posiciones, todos los aliancistas murieron ahogados en un trágico accidente frente al mar de Ventanilla a pocos minutos de aterrizar en la ciudad de Lima.

El último partido se había desarrollado el 8 de diciembre, en la selva peruana, contra el Deportivo Pucallpa, y Alianza había ganado 1-0. La tradición oral cuenta que los jugadores estuvieron “raros”, que ni siquiera celebraron el gol que los situó en el primer puesto de la tabla de posiciones. Luego del partido se cuenta que regresaron al hotel, se bañaron, recogieron sus pertenencias y sin perder tiempo se trasladaron al aeropuerto para regresar a Lima lo antes posible. En efecto, el club había alquilado un avión charter de la Marina de Guerra, el Fokker F-27 (matrícula A-560) que se encargaría de regresarlos a la capital ese mismo día. Dicho avión salió de Pucallpa a las 6:30 de la tarde, y tuvo su último contacto con la torre de control de Lima a las 8:05 de la noche. A las 8:15 p.m. fue declarado en emergencia y no se supo más de él. Un problema con el tablero de mando en la cabina del avión parece haber sido la causa primera del accidente. Ese día la neblina en Lima era intensa y el avión comenzó su descenso. Asustado al no constatar el descenso del tren de aterrizaje, el piloto se conectó con la torre de control para que verificaran lo sucedido. Desde ahí los técnicos le aseguraron que no había ningún problema y que podía aterrizar. Se cree que el avión fue perdiendo altura y que, al intentar dar la vuelta para regresar al aeropuerto, el ala derecha chocó contra el mar. Este impacto fue fatal.



Curiosamente, esta tragedia solo tuvo un sobreviviente: el piloto y Teniente de la Marina Edilberto Villar. En ella murieron 43 personas: 16 futbolistas, 5 miembros del cuerpo técnico, 4 dirigentes, 8 barristas, 3 árbitros y 7 tripulantes. La estrella máxima era Luis Escobar, quien había debutado en el primer equipo a los 14 años (al momento del accidente tenía 18) y se había convertido en la sensación del torneo. Francisco Bustamante (21 años) y José Casanova (24 años) era jugadores que habían alcanzado mucho renombre y ya integraban la selección nacional. También destacaban el goleador Alfredo Tomasini (22 años), y los defensas Daniel Reyes (21 años) y Tomas Farfán (21 años). Marcos Calderón, el mejor entrenador peruano de todos los tiempos, murió en el accidente, como también José Gonzáles Ganoza (33 años), “Caico”, arquero mítico que llevaba 14 años como titular defendiendo la valla aliancista. Como hemos subrayado líneas arriba, el consenso general en la prensa deportiva era que este joven y talentoso plantel representaba la renovación del fútbol peruano, y la convicción que nuevos tiempos de victoria eran inminentes.

Todos los medios de comunicación mantuvieron en primera plana los pormenores de la tragedia permitiendo que el sentimiento de pesar permanezca vivo y renovado por varios días consecutivos. Al día siguiente, desde muy temprano, la radio y la televisión difundieron la infausta noticia. Una sensación de desconcierto y tristeza se respiró por todo el Perú. De manera espontánea, familiares, hinchas y amigos se dirigieron hacia las playas de Ventanilla o hacia el estadio del club en el distrito de La Victoria para conseguir mayores noticias y participar conjuntamente del dolor.
Los días siguientes, expresiones colectivas de sufrimiento se repiten conforme los cadáveres fueron apareciendo en el mar. Multitudes participaron de dramáticas misas, asistieron a fervorosos partidos de homenaje y despidieron a sus ídolos en dolidos peregrinajes desde los barrios de origen de los jugadores hasta el estadio de Matute, y desde allí, hasta el Cementerio General. De más está decir que los fanáticos agotaron las ediciones especiales de la prensa, así como el conjunto de objetos de recuerdo que comenzaron a simbolizar a los muchachos caídos (fotos, camisetas, posters, etc. Según el decir popular, ellos se fueron de “La Victoria a la gloria”).



Las élites y las instituciones políticas se hicieron también presentes. El presidente de la República Alan García, el Cardenal Juan Landázuri Ricketts y varios ministros de Estado asistieron a las principales manifestaciones públicas de pesar, y la mayoría de ellos se declararon aliancistas desde niños. El Consejo Municipal de La Victoria declaró el embanderamiento general del distrito y tres días de duelo en honor a los muertos. Teófilo Cubillas, retirado del fútbol el año anterior, anunció que si Alianza lo necesitaba volvería a vestirse de corto y, en efecto, lo hizo tres semanas después cuando el campeonato nacional fue reanudado. Desde Londres, Bobby Charlton hizo pública su tristeza ante la noticia de la tragedia, rememorando el accidente aéreo sufrido por el club Manchester United, el 6 de febrero de 1958, que provocó la muerte de 8 jugadores, el entrenador, un dirigente y ocho periodistas. Asimismo, el Peñarol de Montevideo salió a jugar la final de la Copa Intercontinental, en Tokio, con crespones negros en señal de solidaridad con su contraparte peruana.

Hasta aquí el más breve recuento de los principales acontecimientos del accidente. Hay, sin embargo, un actor adicional en el que nos interesa ahondar con mayor profundidad y detenimiento: la Marina de Guerra del Perú. Como hemos anotado, la Marina era propietaria del avión que esa noche se precipitó al mar y que había sido alquilado por el club, como vuelo charter, para viajar a Pucallpa. Que un avión militar tuviera uso comercial es realmente algo controvertido que muestra no solo la debilidad económica de las instituciones militares sino, además, la desorganización del fútbol peruano: un Estado pobre cuyos aviones se caen y un club sin recursos que se apoya en la informalidad. Por ello, desde el principio, la Marina se mantuvo hermética y sus comunicados sobre el accidente fueron parcos y bastante escuetos. Inclusive el día 9 de diciembre la prensa escrita registró tensos enfrentamientos entre los familiares de los deudos y centinelas encargados de la seguridad de la base naval a donde los primeros habían acudido en busca de noticias y mayor información. Hay testigos que afirmaron que con el objetivo de ahuyentarlos se produjeron algunos disparos al aire. Lo cierto es que el hermetismo de la Marina fue notorio y se radicalizó aún más cuando prohibió que los familiares de los deudos participaran de la búsqueda de los cadáveres en el mar del accidente. Ante los rumores de que el jugador Alfredo Tomasini había mantenido un diálogo con el piloto mientras ambos luchaban por sobrevivir en el mar, los familiares de este quisieron alquilar una embarcación privada pero no les fue permitido hacerlo. La Marina prohibió el ingreso de toda embarcación civil, encargándose ella sola de las labores de búsqueda y rescate. Como podrá suponerse, estos hechos despertaron muchas sospechas en el mundo popular, y ello activó la producción de un conjunto de historias destinadas a interpretar lo ocurrido desde una perspectiva no oficial. En este artículo queremos sostener que el conjunto de imágenes que se produjeron por aquellos días articuló una serie de imágenes relativas a la expresión de los hondos desencuentros culturales del Perú contemporáneo, y fue además una especie de denuncia sobre el comportamiento de las Fuerzas Armadas en el contexto de la “guerra sucia” que, en ese tiempo, azotaba cruelmente al país.


EL CONTEXTO

1987 fue un año dramático e importante en la historia del Perú. Iniciada en 1980, la violencia política se había extendido por todo el país e inclusive había llegado a alcanzar a la capital de la República: la ciudad de Lima. La estrategia maoísta de llevar los horrores de la guerra del “campo a la ciudad” tuvo éxito durante estos años en los que la situación económica empezó a declinar aceleradamente —fue el año del intento de la estatización de la banca y el sistema financiero—, y el gobierno de turno, a un ritmo impresionante, comenzó a perder todo tipo de legitimidad social .
En un primer momento, Sendero Luminoso (SL) llevó la guerra a Lima cometiendo una serie de asesinatos a altos oficiales de la Marina, quienes, desde 1982, se habían hecho cargo de los combates contra SL en las denominadas “zonas de emergencia”. En efecto, formados en la llamada Escuela de las Américas en Panamá, los agentes de la Marina de Guerra del Perú intervinieron en Ayacucho durante los primeros años de la violencia política, y son los responsables de la mayor cantidad de violaciones de derechos humanos durante aquel período. Hoy se sabe que los aniquilamientos, desapariciones y torturas fueron una práctica común de las fuerzas del orden y, por lo mismo, los pobladores llegaron a tenerles tanto miedo a los terroristas de SL como a los propios militares (CVR 2003).

Sin embargo, el hecho que aquí nos interesa resaltar fue que las masacres y las ejecuciones extrajudiciales comenzaron a trasladarse a la capital y tuvieron en ella poderosos símbolos. En mayo de 1986, un comando de aniquilamiento de SL asesinó al Contra-Almirante Carlos Ponce, miembro del Estado Mayor de la Marina de Guerra del Perú. El hecho tuvo un gran impacto en el escenario nacional y anticipó la contundente reacción política que meses después el gobierno tuvo ante el amotinamiento en las cárceles de Lima. En efecto, el 18 y 19 de junio de 1986 se produjo en Lima la “Matanza de los Penales”. Aprovechando la realización del Congreso de la Internacional Socialista, los presos por terrorismo se amotinaron en diferentes cárceles exigiendo beneficios penitenciarios. El presidente Alan García tomó la decisión de ordenar que las Fuerzas Armadas sofocaran a los rebeldes y ello causó alrededor de 300 muertos. Según el informe de Amnistía Internacional, muchos de los presos, después de haberse rendido, fueron ejecutados con tiros en la nuca por miembros de la Infantería de Marina (CVR 2003). La reacción de SL no se dejó esperar y una nueva ola de asesinatos a líderes políticos y sociales invadió la capital. En octubre, el ex Comandante General de la Marina, vicealmirante Jerónimo Cafferata, fue asesinado por los miembros de Sendero Luminoso. Así, para 1987 —año de la tragedia aliancista—, el Perú se encontraba en medio de un ciclo de violencia y confrontación generalizada. Las voladuras de torres de energía eléctrica, los denominados “coches bomba” y los asesinatos selectivos fueron prácticas comunes durante aquellos tiempos. Nuestra investigación nos ha permitido reconstruir algunas de las historias populares más relevantes que, al interpretar el accidente, introducían nuevos significados en la vida social.

LAS HISTORIAS

Sostenemos que estos relatos son construcciones fantasmáticas producidas a partir de los temores y los deseos que coexisten en el sentido común de la cultura popular. Un acontecimiento traumático permite que un conjunto de fragmentarias imágenes —que bien podían haber estado latentes en instancias imaginarias relacionadas con distintas experiencias históricas previas— pasen a ser organizadas al interior de una narrativa mayor. Como puede suponerse, la “verdad” de estas historias no está referida al hecho histórico en-sí-mismo sino que más bien ellas dan cuenta de la forma en que los individuos procesan culturalmente algunos acontecimientos de su existencia, vale decir, están destinadas a dar cuenta de otro nivel de conocimiento de la realidad social. A través de estos relatos los fantasmas sociales irrumpen, de manera violenta, en los espacios públicos denunciando la falsedad de la historia oficial y revelando la “verdad” de lo sucedido. Si hemos subrayado que por aquellos años el conflicto armado pasó del “campo a la ciudad”, dicho cambio trajo consigo la reaparición de una serie de personajes de la tradición oral andina en la ciudad. Por ejemplo, el Pishtaco o degollador. En su versión más conocida, los pishtacos son descritos como “gringos” altos, armados de cuchillos y pistolas. Si las historias tradicionales contaban que el pishtaco aparecía solo en medio de la noche para cazar a los pobladores desprevenidos, durante los años de la violencia política este personaje se transformó en un enviado del gobierno que tenía como objetivo vender la grasa de sus víctimas para poder pagar la deuda externa .

Con este conocido ejemplo solo queremos sostener que la generalización del enfrentamiento armado no solo produjo muerte y destrucción sino también relatos que sirvieron de canales expresivos para que la población peruana pudiera simbolizar buena parte del horror que por ese momento se vivía. Las violaciones a los derechos humanos por parte de los grupos terroristas y de las Fuerzas Armadas eran recurrentes, y el pánico se había realmente apoderado de todos los peruanos. Desde la muerte emergen fantasmas sociales y políticos que reaparecen vivos en tres tipos de historias sobre la tragedia del Alianza Lima. Las primeras se estructuran poniendo especial énfasis en la representación del Estado peruano como el mayor responsable de la tragedia, las segundas remiten a la construcción de los jugadores muertos como héroes populares, y las últimas asumen como objetivo central poner en escena toda la problemática referida a las tensiones raciales y clasistas presentes en la sociedad peruana. Comencemos entonces por el primer grupo: la historia más común que circuló por aquellos días fue la que aseguraba que el avión de la Marina traía grandes cantidades de cocaína escondida en sus bodegas. Se dice que, en pleno vuelo, los jugadores del Alianza se habrían percatado de tal hecho y habrían amenazado a los oficiales con denunciarlos públicamente. Así, el descontrol fue tal que los militares decidieron ejecutar a los jugadores aliancistas fusilándolos sin compasión. Ello ocasionó el accidente antes de aterrizar.

Yo lo tengo claro: el avión traía droga y los marinos se bajaron el avión. Tengo indicios. La libreta electoral de mi esposo estaba casi intacta, solo con un poco de agua. ¿Tú crees que con el agua salada del mar, esa libreta se va a quedar así? No, con tantos días en el mar, esa libreta tendría que estar destruida. Seguro los marinos le pusieron un poco de agua para pasar desapercibidos. Estoy segura que a los muchachos los secuestraron con la intención de desaparecerlos, y así lo hicieron. Hubo otro hecho: el calzoncillo de Marcos Calderón tenía una mancha de sangre que, según su esposa, estaba ahí desde antes del accidente. ¿Cómo es posible que después de tantos días en el mar, esa mancha de sangre siga ahí? Por otro lado, los maletines y los chimpunes estaban reventados, ¿qué raro no? Yo creo que los jugadores que no aparecieron [es] porque estaban baleados. Seguro ellos se opusieron a los militares. Mi esposo apareció 8 días después, pero no sé cómo lo han matado. (Entrevista con Ofelia Bravo, viuda del jugador Tomas “Pechito” Farfán)

El avión había venido cargado de cocaína y los marinos lo derribaron. Fue parte de una guerra del narcotráfico. El que no se hayan encontrado algunos cadáveres fue porque le cayeron balas, y tenían que desaparecerlos para que no se vean las evidencias. Incluso las partes laterales del avión no fueron encontradas; un vecino marino me dijo que fueron cortadas con soplete. Esto es verosímil por la relación del gobierno, especialmente del Ministro del Interior de ese entonces, Mantilla, con el narcotráfico. Al piloto le dieron de baja y se fue a Estados Unidos, nunca dio declaraciones o se confrontó con los familiares, esta es otra evidencia de que estaban coludidos con el narcotráfico. (Entrevista con Guido de Lucio, barrista, fundador de los “Cabezas Azules”)

Unas personas de la Marina nos contaron que era la tercera vez que ese avión venía de Pucallpa y que en las dos anteriores vino con coca. Cuando los periodistas fuimos a averiguar al día siguiente nos metieron bala. ¿Dónde está el piloto?, ¿por qué no declaró? En ese entonces no se podía decir nada, todo el mundo tenía miedo de hablar. Se dijo que el Dr. Orestes Rodríguez tenía un orificio de bala en la nuca, que Caico había sido baleado, y que algunas prendas de Marcos Calderón ni siquiera estaban mojadas. Seguro el avión traía coca y lo estaban esperando, por eso, cuando quiso dar la vuelta, lo derribaron; eso fue lo que sucedió. (Entrevista con Tito Navarro, periodista deportivo)

Como decíamos líneas arriba, debemos subrayar que este tipo de historias es producido con el objetivo de intentar proporcionarle orden y sentido a un acontecimiento que se presenta como inexplicable y traumático. Dice Zizek que la fantasía es una narrativa que proporciona una significación ahí donde hay mucho más caos que sentido (1999: 15). Vico agrega que esta fantasía, o “imaginación poética”, es capaz de inteligir verdades profundas y emocionales que la mera razón no alcanza a comprender (Citado en Bauza 1998: 156). Así, podemos afirmar que la producción fantástica es un lugar de ensayo de interpretaciones. En esta historia, por ejemplo, aparecen dos actores enfrentados. De un lado, los jugadores del Alianza Lima y, de otro, los oficiales de la Marina, representantes del Estado peruano. Los primeros descubren la naturaleza corrupta sobre la que se asienta una institución tutelar del país (o sea, la naturaleza del poder en el Perú contemporáneo), y, los segundos —para evitar que dicha verdad sea revelada— no dudan en secuestrarlos, asesinarlos y desaparecerlos. Para este relato el accidente no fue, entonces, producto de un error técnico ni de una contingencia azarosa, sino de una especie de complot político capaz de explicar en buena cuenta el funcionamiento de país. Aquí nos interesa detenernos en la representación de la “verdad” que el cuento produce en la construcción de su propio argumento. Para este relato, la verdad nunca puede salir a la luz pues de lo contrario caerían los fundamentos mismos de la vida comunitaria. Nos explicamos mejor: en estas imágenes la corrupción aparece representada como el fundamento principal de la vida social en el Perú. Si sabemos que el Estado es el principal garante de la vida social, y si se descubre que el Estado es corrupto, entonces la corrupción pasa a convertirse en el principal garante de la vida comunitaria. Desde este punto de vista, la “verdad” se vuelve algo incompatible con el funcionamiento del orden social, una especie de elemento disruptivo que es necesario ocultar y reprimir. En esta historia son los jugadores del Alianza los que descubren tal problemática y por ello deben morir, pues de otra manera revelarían el secreto y destruirían la ilusión sobre la que se funda el pacto social.

De hecho, la sociedad se funda en una ilusión, una especie de fantasía socialmente necesaria que garantiza la neutralización de los antagonismos, produce la idea de unidad y termina por constituirla simbólicamente. Con la verdad oculta la sociedad seguirá funcionando como si nada hubiese ocurrido. Dicho de otra manera: esta historia muestra que el orden social vigente no puede funcionar sin ocultar el núcleo obsceno que la fundamenta. En tanto la sociedad no puede constituirse como una totalidad racionalmente unificada, y nunca es completamente transparente a sí misma (Laclau y Mouffe 1987), necesita de una fantasía que la apuntale y sostenga la ilusión de su sutura (Zizek 1999). De esta manera, lo que los jugadores aliancistas descubren en ese fatídico vuelo es que el gran Otro ha fallado, que el garante tutelar es corrupto y, por lo tanto, que la vida social está fundada, si no en una mentira, al menos en una imposibilidad. Zizek (1999) afirma que “la fantasía da cuenta de cómo las cosas le parecen al sujeto”, y, por lo mismo, los familiares se esfuerzan en mostrar evidencias de su interpretación a partir de símbolos que marcan la persistencia de la identidad (la libreta electoral), la persistencia de la vida (la ropa manchada de sangre) y la ejecución como masacre (los maletines reventados). El segundo grupo de historias está destinado a enfatizar el heroísmo y la resistencia de los aliancistas frente a la adversidad. Se trata de fragmentos de rebeldía frente al infortunio, apuesta por la vida y de resistencia ante el dolor. Una de ellas, la más conocida, afirma que al sufrir el desperfecto mecánico, los jugadores aliancistas —para evitar que el Fokker se precipitase sobre los barrios pobres causando numerosos muertos— decidieron inmolarse obligando al piloto a lanzar el avión al mar (El Nacional 10/12/87, La Crónica 10/12/87).

Se indica de manera especulativa que los integrantes de la delegación aliancista, en un dramático diálogo con el piloto del avión, tras conocerse del percance sufrido por la máquina, prefirieron inmolarse para no causar la muerte de numerosas personas, que de hecho habría ocurrido si el avión se precipitaba a tierra. (La Crónica 10/12/87)

Como puede observarse, los jugadores aliancistas son aquí convertidos en héroes por el imaginario popular. Los héroes —subraya Fenn (2001)— son la representación corporal del sentido de posibilidad de una sociedad frente a circunstancias adversas; se trata de personas virtuosas que con actos extraordinarios de sacrificio y desprendimiento buscan cambiar el curso de acontecimientos trágicos y, de esta manera, abrir nuevas posibilidades de acción. Así, los héroes con sus acciones expanden el rango de posibilidades existentes en una situación determinada, por más difícil y desventajosa que esta sea, permitiendo que la sociedad pueda imaginar otro destino. Frente a la tragedia los héroes expresan el máximo potencial humano de generosidad, muy por encima de los límites de los individuos ordinarios. Según estos relatos, los aliancistas con su sacrificio le dieron a la tragedia un sentido de heroísmo que contrasta, como algo éticamente superior, con la supuesta corrupción que estaría detrás de estos hechos. Lo cierto es que el mundo popular necesita de la producción de héroes, y los jugadores aliancistas tenían todas las características para convertirse en ellos: eran jóvenes, mayormente negros y mestizos pobres, tenían un futuro brillante y —según la historia anterior— estaban comprometidos con la verdad. Entonces, no es difícil sostener que la necesidad de heroicidad corresponde con la voluntad de sustento simbólico que los grupos socialmente excluidos y marginados necesitan para legitimarse socialmente. En medio de una cultura como la peruana, donde el racismo es estructural y la cultura del “ninguneo” es una práctica cotidiana, los potrillos aliancistas representaban la imagen nueva del mundo popular, aquella que en el momento crucial de la tragedia lo representa como honesto y virtuoso.

El tercer grupo de historias tiene que ver con la representación de las tensiones raciales que estructuran a la sociedad peruana. El relato más conocido se refiere a los avatares de aquellos que sobrevivieron la caída del avión: el piloto Ediberto Villar y el goleador aliancista Alfredo Tomasini. Según un testimonio que la prensa recogió por aquellos días, ambos habrían sobrevivido al accidente, nadando por horas aferrados a restos del avión en espera que alguien los rescatase. Los relatos afirman que Tomasini luchó con mucho coraje por mantenerse a flote mientras le confesaba al piloto el enorme amor que sentía por su madre. El marino habría alentado esta conversación de manera que el jugador no desfalleciera por el agotamiento. Sin embargo, justo cuando un helicóptero de salvataje se preparaba para rescatarlo, Tomasini no pudo resistir más y se perdió en el mar de Ventanilla. (La Crónica 10/12/87) .

Lo interesante aquí son las razones que en el mundo popular se invocan para explicar el destino de Tomasini. Lo primero que se menciona es que este no era un jugador nacido en “cuna aliancista” como el resto de los “Potrillos”. Es decir, no provenía de las divisiones menores del club, un factor crucial para el sentido comunitario y familiar de la identidad aliancista. Tomasini tenía un origen diferente: era blanco y pertenecía a una familia de clase alta. Esto significaba que era una persona fuerte, bien alimentada y que sabía nadar perfectamente.

No obstante las diferencias, Tomasini se había declarado aliancista desde niño. Un trabajador del club cuenta que la madre del jugador apoyó a su hijo cuando este buscó jugar en el Alianza, y en poco tiempo logró integrarse muy bien en el equipo formado mayormente por jugadores negros, mulatos y mestizos de origen humilde. Su estilo de juego fuerte y potente se convirtió en el complemento ideal de la riqueza técnica de sus compañeros. Por ello, si bien Tomasini sobrevivió algunas horas, como aliancista no podía salvarse sino que debía compartir el mismo destino de sus amigos y hermanos espirituales: los “potrillos”. Tomasini era aliancista y entonces también tenía que morir.

En líneas generales, hay que decir que la integración de Tomasini al imaginario aliancista tiene su correlato con la expansión de la hinchada aliancista más allá de las fronteras de “clase” y “raza” que vieron nacer al club a inicios del siglo XX. En efecto, la identidad fundacional del Alianza Lima señala que se trata de un equipo nacido en un barrio pobre, de trabajadores textiles y de construcción civil, en su mayoría de raza negra. Por décadas, el Alianza Lima fue uno de los pocos símbolos de prestigio y reconocimiento de los negros en el Perú. Sin embargo, los éxitos de los “potrillos” terminaron por debilitar las iniciales fronteras raciales y clasistas en favor de factores emocionales y culturales que apelaban con mucha más fuerza a los individuos de todos los grupos sociales. Así, el Alianza Lima pasó de ser el club del pueblo al equipo de todos, teniendo en el heroísmo y los sentimientos comunitarios la base del grito ¡Alianza Corazón!


COMENTARIOS FINALES

¿Cuáles son los deseos y experiencias que articulan la producción de estos relatos? ¿Cuál es la relación entre las imágenes ahí representadas y la historia social de un país atravesado por la inestabilidad política, la violencia social y la exclusión de la mayoría de sus pobladores? En principio, podemos afirmar que estas fantasías son formas históricas culturalmente determinadas que articulan experiencias vitales y deseos inconscientes. Por lo tanto, no pueden ser reducidas a contenidos meramente racionales, sino que ellas, con sus propios símbolos y paradojas, apuntan a dar cuenta de otro tipo de verdad y, de alguna forma, a otro tipo de conocimiento de la realidad social del Perú contemporáneo.

En principio, no es difícil darse cuenta de que dichas historias expresan una profunda suspicacia de la sociedad respecto del comportamiento del Estado, en particular de las fuerzas armadas. Terrorismo, ejecuciones extrajudiciales y tráfico de drogas aparecen como los motivos reales detrás de las contingencias. También existe una necesidad de inteligibilidad, vale decir, de comprensión de un acontecimiento traumático, algo que en primera instancia se presenta confuso e impenetrable. Es decir, ante la imposibilidad de aceptar un hecho que no ha tenido una explicación clara, este tipo de historias es una respuesta a la necesidad de control emocional sobre lo sucedido. En efecto, ellas postergan el duelo, hacen tolerable el dolor y dotan de coherencia racional a un hecho contingente. La necesidad de que exista un otro culpable y la urgencia de convertir a los jugadores en mártires o héroes, son reacciones características de este tipo de episodios cuya finalidad principal consiste en convertir el dolor en rabia.

Como puede notarse, en todas las historias hay un implícito relato de heroicidad, y ello tiene que ver con la historia de salvación que los propios acontecimientos desataron. Es curioso que la única persona que se salvó haya sido una fundamentalmente distinta al grupo y, además, miembro del poder político y militar del país. Frente a esto, la muerte heroica de un grupo de jóvenes promesas tiene la virtud de restituir valores e ideales que, hasta ese momento, estaban oscurecidos por la corrupción y el crimen. Mediante estas historias la imagen de los potrillos perdura en el imaginario popular como la posibilidad de sortear obstáculos, transgredir los limites y alcanzar la inmortalidad. En este proceso, como dice Bauza (1998), los héroes rompen con el estrecho marco cultural e histórico en el que nacieron y se convierten en ídolos populares.

Por otro lado, también queremos subrayar que estas historias transforman el sufrimiento aliancista en un hecho político destinado a revelar algo de la verdad a través de la fantasía, es decir, a visualizar el ejercicio del poder en el Perú en el marco de la conciencia subalterna. La supuesta complicidad de las Fuerzas Armadas con el narcotráfico y las ejecuciones extrajudiciales son dos imágenes que aparecen obsesivamente en los distintos relatos y que, en nuestra opinión, señalan la aterradora (casi terrorífica) percepción que el mundo popular ya tenía del funcionamiento del Estado peruano en aquellos momentos. En ese sentido, sostenemos que ellas tuvieron como finalidad última la denuncia política, y funcionaron como un canal por donde salió a la luz un conjunto de denuncias sobre lo que estaba sucediendo en el Perú de aquellos días. En ese sentido, terminaron por representar al Estado como una institución corrupta y criminal.

No se trata, por ello, de producciones imaginarias sin ninguna conexión con la realidad ni, menos aún, de la construcción de un mundo paralelo dominado por la alucinación y el delirio, sino, más bien, de una voluntad por “atravesar la fantasía” y encontrarse con el fundamento de lo real. Para Ubilluz (inédito) esta necesidad implica la identificación con los antagonismos reales que sobreviven en la realidad, y se deben, por tanto, a la construcción de un espacio de reconocimiento y reflexión. Aunque estas historias circulan sobre todo en ambientes desprestigiados socialmente y, desde el mundo oficial, son catalogadas como absurdas, lo que aquí vemos es un verdadero síntoma de la realidad social, es decir, una verdad que todos conocen, incluso murmullan, pero que nadie se atreve a denunciar.
Queremos concluir con un último testimonio sobre toda esta problemática. Apareció hace unos días en la prensa peruana a propósito de los 16 años de la caída del avión. Su autora es María Carolina López, la madre de Carlos “Pacho” Bustamante, uno de los potrillos más destacados de aquel recordado equipo:

No, no, mi hijo no está muerto; por eso yo nunca le he hecho misa de difunto sino de salud. Acá no hubo mano de Dios sino mano del hombre; acá pasó algo raro. Sigo teniendo esperanza de volver a verlo. Él no ha podido morir ahogado, porque mi hijo era muy católico, iba siempre al oratorio de María Auxiliadora. ¿Dónde están? No sé, se lo han llevado a otro lugar, o no viajaron. Algo raro: una vez le dije a Jaime Bayly en TV —ya había pasado eso del barco de la Marina que encontraron con droga en San Diego—. Entonces yo le dije que la Marina estaba metida en droga. Ese avión traía droga y no cayó al mar, sino en la orilla. Además, qué casualidad que solo el piloto se salvó. Si tuviera al piloto frente a mí, lo trataría de cobarde: ¿Por qué nunca se entrevistó con las madres de los muchachos para decir qué pasó? Porque él sabe la verdad. Ahora yo puedo decir la verdad: ¡qué me va a pasar! Si ya estoy vieja y no tengo miedo a nada. Además, yo tenía otro hijo de la Marina, Mario de 32 anos, y a un año y medio de la tragedia, murió, de un momento a otro se le presentó la leucemia. Para mí que pensaban que estaba investigando. Para mí que hubo represalias contra él.
(Ojo 01/04/03)
Fuentes consultadas
PeriódicosEl Nacional: 12-10-87; 12-11-87; 12-12-87; 12-13-87; 12-14-87; 12-16-87; 12-17-87.La Crónica: 12-10-87; 12-10-87.
El Comercio: 12-10-87; 12-13-87.La República: 12-12-87; 12-13-87; 12-17-87; 12-22-87; 1-3-88.
Hoy: 12-9-87.
Expreso: 12-10-87; 12-11-87; 12-12-87; 12-18-87.
Ojo: 12-12-87; 12-18-87; 12-21-87.

Revistas

Caretas N.º 985 (12-14-1987); 986 (12/30/1987).
Oiga N.º 359 (12-14-1987); 360 (12-21-1987).
SÍ N.º 43 (12-14-1987).
Quehacer N.º 86 (10-12-87); 87 (12-12-87).
Debate, “Balance político 1987”, diciembre, 1987.

Entrevistas

Club Alianza Lima: Juan Sulca (portero), Alex Berrocal (jefe de equipo), Rafael Castillo (entrenador y forjador de los potrillos), Rolando Sánchez (dirigente en 1987), Armando Levaud (dirigente en 1987), Víctor Cueto (dirigente en 1987).

Familiares y aficionados: Ofelia Bravo (viuda del jugador “Pechito” Farfán); Atilio Chamochumbi (padre del jugador Aldo Chamochumbi), César Espino (jugador de Alianza en 1987, no viajo por lesión.), Eugenio Ramírez (historiador del club), Rafael ‘Pato” Arias (histórico jefe de barra), Guido de Lucio (jefe barra cabezas azules).

Periodistas deportivos radiales: Ricardo Correa, Tito Navarro, Hernán Vega y Oscar Valderrama.
Bibliografía
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Laclau, Ernesto y Chantal Mouffe. Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia. México: Siglo XXI, 1987.
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Panfichi, Aldo. “La Alianza de todos los colores”. Revista Quehacer, N.º 87, 1994, p. 19.
Ubillus, Juan Carlos. “El sujeto criollo y el montecinismo”. Inédito.
Zizek, Slavoj. El acoso de las fantasías. México: Siglo XXI, 1999.

Queremos agradecer a José Carlos Rojas por ayudarnos con la realización de las entrevistas, y a los amigos de TEMPO (Taller de Estudio de las Mentalidades Populares) por sus valiosos comentarios a una versión anterior de este texto.
Es necesario anotar que nunca aparecieron los cadáveres de Luis Escobar, Francisco Bustamante, Alfredo Tomasini, Gino Peña y William León.
Entre 1986 y 1987 la inflación se aceleró de 63 a 110 por ciento anual. En 1989 llegaría a la cifra récord de 6000 por ciento anual. 1987 fue el año del intento de estatización de la banca y de la pérdida de control del gobierno de su capacidad de negociación política.
Así, por ejemplo, un día apareció la siguiente noticia en una conocida revista peruana: “Durante el apagón del 11 de septiembre de 1987, provocado por SL, la población ayacuchana aterrorizada encendió fogatas en las esquinas de los barrios y pasó la noche en “vela” esperando la aparición de los pishtacos que los rumores decían habían sido enviados por el gobierno para atacarlos. La población se organizó en rondas para repeler estos ataques” (Quehacer, diciembre 1987).
La variante racista de este grupo de historias afirma que el avión se precipito a causa de la falta de experiencia de los jugadores aliancistas. Se dice que a la hora de aterrizar uno de ellos se habría puesto muy nervioso y que contagió el pánico al resto de sus compañeros. Frente a esta situación, el piloto tuvo que abandonar la cabina para tranquilizar a los jugadores y así, fuera de control, el avión se precipitó al mar.


¡¡¡ALIANZA CORAZÓN!!!